Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 26 de marzo de 2017

El taco como reclamo

En casa, como es natural, de vez en cuando empleamos lo que se conoce como tacos. No suelen ser de alto nivel, más bien se trata de palabras soeces de uso corriente: mierda, joder, coño y poco más. Quizá también a la sección adulta masculina se le escapa algún ‘me cago en la puta’, una frase que, por lo general, suele recibir mi desaprobación. Aunque tratamos de evitar su uso delante de los menores, en ocasiones la reacción visceral a la que acompañan es tan incontrolable que nos salen sin percatarnos de su presencia. Es entonces cuando tratamos de corregir el entuerto recurriendo al consabido 'esto no se dice' y aconsejándoles que no repitan lo que han oído porque ese lenguaje no suena bien en ningún caso y menos en la boca de un niño. Pero la posibilidad de escupir palabras feas de mayores, sobre todo con un componente sexual, es demasiado tentadora para ellos. 

El caso es que ahora que mis hijos merodean por la preadolescencia, estoy empezando a detectar que han ampliado su batería de palabrotas incorporando expresiones que no han escuchado nunca en casa. Sus nuevos círculos sociales, los amigos de colegio e instituto, los vídeos de Youtube con el modo restringido desactivado, son una fuente de inspiración e influencia muy superior a la nuestra, la de sus padres, así que junto con el argot que les diferencia de nuestra generación (‘es mazo tumblr’), se les cuelan algunas expresiones que, brotando de esas bocas que yo amamanté hace nada, me ponen los pelos como escarpias: ‘que le den por el culo’, ‘hostia’, ‘me cago en mi vida’, ‘me la suda’… Por no hablar de cómo han incorporado también a su catálogo de términos soeces algunos en idioma inglés –beneficios del bilingüismo, supongo-. Por supuesto les reprendo cuando se les escapan delante de mí tacos y expresiones malsonantes, pero no me queda más remedio que asumir que en su vida fuera del nido, estos polluelos -ya sea por sentirse parte de la manada, ya por el efecto imitación- hablan tan mal como todo el mundo. 

Esta disertación viene a cuento del nuevo momento estelar que nos regalaba esta semana Pablo Iglesias, cuando volvía a conseguir minutos en los medios gracias a las expresiones que empleaba en la sesión de control al Gobierno tras interrogar a Rajoy a propósito de un informe de los letrados de la Cámara sobre el uso desmedido del veto presupuestario. El líder de Podemos dijo que probablemente al presidente el tema en cuestión le importaba un comino, un pimiento, un huevo, un rábano o un pepino. Y que incluso podía decir que se la trae floja, se la suda, se la trae al fresco, se la pela, se la refanfinfla o se la bufa. Me sorprendió que, ya metido en el barro y poseído por el espíritu del ‘Un, dos, tres, responda otra vez’, no añadiera sinónimos también de pene, que eso da mucho juego… 

Toda esa retahíla de expresiones equivalentes a ‘no me importa’ sonó en el Congreso, un lugar donde se supone que el orador debe guardar las formas, el decoro, la compostura y el nivel. Inmediatamente después y durante todo el día televisiones, radios y medios digitales reprodujeron en bucle la intervención. No me suena -y que alguien me corrija si me equivoco- que excelentes oradores de la historia política de España, como por ejemplo Castelar, necesitaran utilizar la expresión ‘me la trae floja’ para obtener minutos en la prensa. Pero es que las cosas están cambiando

Una de las loables aspiraciones que siempre ha defendido Podemos es aproximar el Parlamento a la calle. Es verdad que a menudo los ciudadanos de a pie somos incapaces de entender lo que se cuece dentro del palacio de la carrera de San Jerónimo, aunque la manera de solucionarlo no creo que sea recurriendo al golpe de efecto a través del chascarrillo soez. Lo suyo sería elevar el nivel de la calle, no rebajar el del Congreso. Quizá lo que deberían hacer los parlamentarios es esforzarse por aclarar los conceptos, exponerlos de una manera menos anodina, hacer divulgación y trabajar enfocados en medidas que tengan un resultado visible en la vida cotidiana de los ciudadanos. 

En mi modesta opinión, y aunque no coincida con algunos estudios universitarios al respecto, el empleo de tacos en el lenguaje me parece un síntoma de pobre fluidez verbal, ausencia de filtro mental y escaso autocontrol. No sé a vosotros, pero a mí las personas que cada cuatro palabras intercalan un término grosero, me incomodan. No digo yo que no se le pueda escapar a todo el mundo un taco en algún momento de máxima tensión -¡estaría bueno!-, aunque este no sea el caso que nos ocupa. Pero utilizar el ‘caca-pedo-culo-pis’ como figura literaria para captar la atención del respetable y convertirse en trending topic digital, es un atajo demasiado simple. Eso sí, muy efectivo. Porque sospecho que si Pablo Iglesias no hubiera utilizado este señuelo tan pueril, su pregunta al presidente en la sesión de control habría pasado más bien desapercibida. Y entonces hoy mis hijos no tendrían una excusa para seguir utilizando alegremente la expresión ‘me la suda’ porque se la han oído decir a todo un señor diputado en un lugar tan serio como el Congreso.

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