Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 5 de noviembre de 2017

El crepúsculo de los dioses


Kevin Spacey siempre me pareció un actor algo inquietante. Quizá deba echarle la culpa a la película 'Seven', que me predispuso a verle como un psicópata enfermo y peligroso. Luego 'American Beauty' me reconcilió un poco con su faceta de pobre diablo y 'Cadena de favores' terminó por convencerme de que debía incluirlo en mi lista de sufridores intérpretes favoritos. Más tarde vinieron muchos otros destacados títulos y la serie 'House of Cards', que definitivamente apuntalaron mi entrega. Por eso me ha dejado helada su comunicado pidiendo disculpas si hace años, estando borracho, había abusado de un joven -parece que ni siquiera lo recuerda-. Y ver que aprovechaba la coyuntura para salir definitivamente del oscuro armario, me ha parado el pulso.

Lo de que quiera vivir su sexualidad como gay la verdad es que me da igual, nunca me había planteado cuáles serían sus gustos en ese campo; pero la manera en que afronta la denuncia de abuso, parapetándose en el alcohol, le ha bajado de mi pedestal de un plumazo. Que conste también que no entiendo por qué la víctima lo denuncia ahora, 31 años después del supuesto abuso, y no ante la justicia, sino en una entrevista en BuzzFeed. Imagino que algo habrá tenido que ver el movimiento #MeToo #YoTambién, surgido a raíz del escandalazo que han supuesto las denuncias contra otro depredador sexual, el afamado productor cinematográfico Harvey Weinstein. Hay una auténtica efervescencia de nuevos casos, tanto de mujeres que se declaran víctimas del productor, como de hombres que sintieron el acoso del actor. Historias terroríficas de personas que han sido toqueteadas, si no forzadas sexualmente, en un ambiente desinhibido, el del showbusiness, donde se asume que todo el mundo alguna vez ha echado una canita al aire, con más o menos ganas, sin darle mayor importancia, y donde parece que impera la ley del silencio. Pero cuando rascas, cuando escuchas a esas víctimas que han estado calladas durante años para evitar represalias, soportando la vergüenza en silencio, incluso en algunos casos la culpa, solo tienes ganas de vomitar y te planteas si detrás de toda esa fábrica de ilusiones, camuflados entre el material del que están hechos los sueños, bajo tan brillante tapadera, se acochinan muchos tipos repugnantes, sin escrúpulos, enfermos, incapaces de vivir su sexualidad de manera sana, respetando a los demás, y dispuestos a utilizar su poder y el atractivo que creen les otorga su posición, para someter a la fuerza a personas que se encuentra en una situación de inferioridad.

Si todo este barullo sirve para atajar futuros casos, no solo en la meca del cine, también en la industria patria, habrá merecido la pena. Ahora bien, en este punto tengo mis dudas sobre si como espectadora cambiará mi manera de ver a Spacey en pantalla. De confirmarse todas y cada una de las acusaciones en su contra y de formalizarse las denuncias en un tribunal, el ser humano que hay bajo el actor me parecería un ser tóxico y despreciable, merecedor de cualquier sentencia que decidan imponerle si es que alguien se atreve a dar el paso de llevarle ante un juez. Pero, a pesar de todo, no puedo dejar de considerarle un intérprete con mayúsculas. Así que no voy a participar en ningún boicot espontáneo que invite a dejar de ver sus películas o series, porque eso supondría renunciar a lo único bueno de su persona, su talento para dar vida a tantos personajes de ficción. Ya he visto que Netflix no piensa como yo, de modo que es probable que esta revelación le pase una cara factura y sea el principio del final de su carrera, su particular crepúsculo de los dioses.

Lo cierto es que este tipo de prácticas no son exclusivas del mundo del artisteo. En el día a día, en la vida cotidiana, en la oficina, en el vecindario, en mayor o menor medida, existen personas trastornadas incapaces de controlar sus impulsos sexuales ni discriminar entre sus deseos y los de los demás, con o sin sustancias de por medio. Las redes sociales están plagadas de testimonios de mujeres que padecen a diario los asaltos inesperados de alguno de estos especímenes. Y termino con un ejemplo patético de esta cruda realidad. Hace unos días una joven en paro bastante angustiada publicaba un anuncio en un portal de servicios y compra-venta de segunda mano por internet, con la esperanza de encontrar de esta manera un empleo. Pues bien, la mayoría de las respuestas que recibió a su anuncio fueron bromas, propuestas indecentes o, lo que es más grave, ofertas reales de hombres dispuestos a contratarla, pero no para ocupar un puesto relacionado con su perfil profesional, sino como pornochachá -bien pagada, eso sí- o acompañante con derecho a roce. Es cierto que quizá la chica no acertó del todo eligiendo ese portal para encontrar trabajo; probablemente en Linkedin no habría recibido ese tipo de feedback. Pero nadie tiene derecho a tratar con tan poca consideración a nadie y nadie tiene por qué aguantar sin desearlo a babosos impresentables como los muchos que habitan este planeta necesitando con urgencia tratamiento específico o aislamiento de por vida. Puede que algunos de esos babosos vivan dos existencias paralelas y cuando no están acosando a mujeres con ordinarieces, se dedican a buscar un remedio contra el cáncer. Aunque, francamente, lo dudo. No lo concibo en alguien con tan poco respeto por el prójimo.

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