Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Que levante la mano quien no haya criticado nunca al jefe a sus espaldas

Me sorprende que la gente esté disfrutando tanto con las conversaciones entre Eduardo Zaplana e Ignacio González, intervenidas por la UCO de la Guardia Civil en el marco de la Operación Lezo y que ahora se han difundido. Sobre todo con esas en las que mencionan con llamativos adjetivos a algunos responsables del partido a los que todos pensábamos que les unían fuertes lazos. Por resumir, para los que no las hayáis escuchado, en estas grabaciones ambos políticos, ya alejados de la primera línea y sin cargos públicos de responsabilidad, se despachan a gusto hablando de Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy, entre otros. Los diálogos fueron grabados a principios de este año, evidentemente sin el conocimiento de los protagonistas, así que se les oye charlando muy naturales, nada encorsetados ni formales, con lenguaje llano y algún que otro taco, igual que hablamos vosotros y yo. De esta manera se pueden escuchar algunas perlas como que “Rajoy es un hijo de puta del que no te puedes fiar” o “A Aguirre todo le importa un pito menos ella”.

Qué queréis que os diga. A mí me parece de lo más normal, al menos en este país. ¿Creéis que, en este mismo momento que estáis leyendo, no hay miembros del PSOE, Ciudadanos o Podemos quejándose de los que mandan en su partido con algún compañero de fatigas o con su pareja? Os recuerdo que hace poco más de un año en Ferraz andaban a gorrazos. El partido naranja, eufórico ahora por los sondeos, en los últimos meses ha sufrido un goteo de ciento y pico bajas de concejales en varios Ayuntamientos. Y en cuanto a la breve historia de Podemos, está plagada de conflictos internos. 

Pero la falta de armonía no es algo exclusivo de los partidos, por eso de que está en juego el poder. Fuera de la política, en la vida ‘real’ cotidiana, es algo muy común y consustancial con el ser humano. Por ejemplo, que levante la mano quien no haya hablado mal nunca del jefe o de un compañero a sus espaldas. No conozco ningún entorno laboral tan idílico, a no ser los mundos de Yupi. Que si es un incapaz que ha llegado donde ha llegado por méritos cuestionables. Que si es un trepa de mucho cuidado. Que si ha resultado ser el rey del escaqueo. Que si estoy hasta las narices de cubrirle las espaldas… No me negaréis que son algunos de los argumentos más recurrentes en los lugares de trabajo. O así era hasta que tuve mi última experiencia laboral. 

Por definición el empleado suele echar pestes del jefe, probablemente por envidiar su puesto o más bien su sueldo. En cuanto a la difícil relación con los colegas, en estos ambientes siempre suele colarse algún empleado tóxico que va generando malos rollos y peores vibraciones. Este tipo no es el único peligroso. Hay muchos otros tipos de empleado que también pueden inquietar, tantos como tipos de seres humanos, así que detectarlos a tiempo y saber cómo relacionarse con ellos es vital para mantener la paz laboral y la salud mental. Con este panorama se consideraría un triunfo digno de medalla abstraerse tanto como para no caer en la tentación de criticar al vecino de escritorio, con el que tratas de tener el mínimo contacto porque no le soportas.

Yo también he coincidido laboralmente con gente a la que no tragaba y sobre la que me resultaba imposible destacar nada bueno. Recuerdo un compañero que tenía la costumbre de comer maíz tostado con la boca abierta para matar el hambre a mediodía y se cortaba las uñas de las manos en su escritorio cuando las veía demasiado largas. No sé cuál de las dos prácticas me consumía más. Nunca fui capaz de recriminarle nada, aunque sí comenté con otros compañeros a sus espaldas esas dos insoportables manías. En mi itinerario laboral también me he visto obligada a compartir espacio con colegas cuyo penetrante olor a sudor llegaba a marearme. Tampoco osé alertarles sobre el particular ni aconsejarles un buen desodorante, pero eran habituales los chascarrillos con el resto de compañeros al respecto. Y, cómo no, también me he cruzado en el camino profesional con caraduras, trepas, manipuladores, egoístas, incapaces, traidores, vagos y algún adjetivo más, que en ocasiones me pusieron las cosas difíciles y a los que no llegué a hacer vudú de milagro. Nunca les dije a la cara lo que me provocaban, pero con otros damnificados, en petit comité, me explayaba a gusto.

Imagino que esas personas (a las que incluso se llega a añorar cuando uno esta desempleado) serían conscientes de la antipatía que despertaban en mí, dada mi incapacidad para disimular mis sentimientos o reírles las gracias. Es más, sospecho que la animadversión podría ser mutua. Pero evitar el trato o mantener las distancias no suele ser la reacción habitual. En todos los lugares de trabajo por los que he pasado he visto conflictos y he oído comentarios que no aguantarían la prueba del micrófono oculto, auténticas historias para no dormir que luego se evaporaban cuando coincidían todos los implicados presentes, más dispuestos a abrazarse y darse palmaditas en la espalda que a expresar de frente lo que opinaban los unos de los otros. Inmediatamente después, una vez dispersados, volvían a pitarles a todos los oídos, en especial el izquierdo que, como dice la leyenda urbana, es el que pita cuando a uno lo están poniendo de vuelta y media. 

Lo peor no es que alguien critique a otra persona a sus espaldas; lo realmente patético es que luego a la cara le diga te amo o que se emocione hasta las lágrimas tan solo con citar en público su nombre. 

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