Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

viernes, 19 de enero de 2018

Yo sí entiendo la campaña #NoSeasAnimal

Imaginad que lo que vais a ver no son extractos encadenados de películas de ficción, sino situaciones reales del día a día.



¿Qué os pasa por el cuerpo cuando veis esto? ¿Vergüenza? ¿Apuro? Probablemente os chirríe y os parezca, como a mí, algo pasado de moda. Puede que, independientemente de vuestro género, no concibáis que algo así pueda suceder hoy en la vida real. Tampoco os avergoncéis si os ha hecho gracia. Es lo que pretenden todas esas películas, caricaturizar una realidad bochornosa y, aunque no lo parezca, cuestionarla a través de la risa. El problema es cuando algún hombre no capta la ironía y cree que imitar esos ramalazos es divertido e incluso agradable para la mujer que los padece.

Hubo un tiempo en que se llevaba el piropo. Era algo muy español. Todo un arte. Las mujeres estaban acostumbradas a que los hombres alabaran su apariencia. Cierto es que los caballeros eran más educados con las damas y el mensaje quedaba diluido o refinado por el envoltorio. Ese tiempo ya pasó. Las mujeres han evolucionado y ya no esperan que las silbe cualquiera por la calle. Pero son muchos años de convivir con esa práctica tan arraigada, de modo que a algunos hombres les está costando más evolucionar. En lo único que han experimentado algún cambio o avance es en el nivel del piropo, mucho más soez y menos inocente que en sus orígenes.

Pensando en frenar a ese espécimen, la Junta de Andalucía ha lanzado una campaña con el lema #NoSeasAnimal en la que trata de ridiculizar esos comportamientos machistas para erradicarlos. 


Como era de esperar tratándose de un tema tan sensible, no todo el mundo ha acogido favorablemente la campaña. Y, sinceramente, creo que los argumentos en contra están cogidos con papel de fumar. No hay más que volver a visionar esos minutos de piropos cinematográficos para captar el sentido y la necesidad de esta acción.

Que tu pareja, un compañero, un amigo o alguien de confianza te diga que estás estupenda, que tienes muy buena cara, que cada día estás más joven o que conservas el culo respingón de siempre no es el concepto de piropeo rancio del que estoy hablando –a nadie le amarga un dulce-. Esos cumplidos estarían al mismo nivel que otros halagos que también recibimos gustosamente de quienes nos conocen, por ejemplo los que elogian nuestra capacidad de trabajo, nuestro esfuerzo o nuestro talento.

Pero ninguno de estos piropos tiene nada que ver con lo que esa campaña pretende denunciar. Aquí lo que se reprueba es el atrevimiento de esos hombres que, sin conocer de nada a unas mujeres, murmuran palabras soeces a su paso; grupos de tíos que compiten por ver quién dice la mayor grosería cuando una chica se les pone a tiro; machitos que se creen muy ingeniosos dedicándoles a las féminas chistes guarros. Esa es 'la fauna' que sale en el vídeo de la campaña de la Junta de Andalucía. Si verse reflejados en esas imágenes sirve para que hagan un esfuerzo por controlarse, nos harán un favor a todos. Y les aseguro que es posible. Que se fijen en nosotras.

Cuando quedo con otras mujeres hablamos de todo un poco, también de hombres. Si el tono de la conversación es desenfadado, no faltan los chistes de carácter sexual, ni tampoco los comentarios subidos de tono sobre algún adonis especialmente atractivo que pase cerca, siempre en voz baja, naturalmente, para que el interesado no pueda escuchar la grosería. Pero nunca hemos llamado su atención a voces, ni elogiado abiertamente partes de su anatomía. No piropeamos a ningún pibonazo desconocido. ¿Queréis saber por qué? Por educación, porque podría incomodarle, porque sería ridículo, porque no nos sale, porque no hacemos aquello que no nos gusta que nos hagan, porque llevaríamos el juego demasiado lejos y porque si queremos lío, hay muchas otras maneras menos traumáticas de probar suerte. Y, sobre todo, porque somos seres racionales y usamos la cabeza.

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