Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 3 de marzo de 2018

Por qué apoyo la huelga del 8M pero no voy a parar


Comparto todas y cada una de las reivindicaciones que figuran en el manifiesto 8M #LasPeriodistasParamos, redactado por las mujeres profesionales de la comunicación de este país para apoyar la huelga feminista del día de la mujer. Denuncio, como todas mis colegas, la precariedad, la inseguridad laboral, la brecha salarial, el techo de cristal, el acoso y los ninguneos a los que comúnmente nos enfrentamos en este oficio –y en muchos otros- por ser mujeres. Me parece oportuno recordarlo con motivo de este día y, en general, en cualquier ocasión. He sumado mi firma a las del resto de periodistas que secundan esta iniciativa espontánea porque unidas somos más poderosas y porque solo así, haciéndonos oír, reclamando lo que es justo, lo que merecemos, a fuerza de ser machaconamente pesadas, conseguiremos cambiar alguna vez las cosas.


Dicho esto, ahora me tildaréis de incongruente –o quizá equidistante- cuando os anuncie que, sin embargo, yo no voy a hacer huelga. No, no voy a parar. No voy a sumarme al paro, aunque sobren los motivos y me parezcan más que justificados. No voy a hacerlo porque nunca he hecho huelga, al menos de manera voluntaria. Una vez no me quedó más remedio. Trabajaba en la radio y mi turno comenzaba de madrugada. Ya me habían avisado de que el técnico de sonido que debía abrirme el micrófono y dar a las teclas para que todo funcionara haría huelga, por lo que no serviría de nada el madrugón, ni la labor previa del informativo, ni toda mi buena voluntad. A las seis en punto de la mañana nadie me dejaría hablar. Me impedirían hacer mi trabajo. Metafóricamente me taparían la boca. Así que decidí ahorrarme el esfuerzo. Por supuesto no salió nada por ese punto del dial y a mí, como a los demás, me retiraron de la nómina la parte correspondiente a ese día no trabajado.

El resto de ocasiones en las que se me ha invitado a no acudir a trabajar para protestar por alguna causa, he rechazado la invitación. Igual que voy a hacer en esta ocasión. Y no tiene nada que ver con estar desempleada. Si tuviera un puesto de trabajo al que acudir, actuaría de igual manera. Ojalá ese día las mujeres puedan decidir libremente si parar o no parar. En todas las huelgas hay un porcentaje de trabajadores que no actúa en conciencia, sino que se ve indirectamente obligado a tomar un camino. Los hay que secundan la huelga para no ser señalados como esquiroles por sus compañeros. Otros no se atreven a faltar para evitar las posible represalias de su jefe o simplemente porque no se pueden permitir renunciar a un día de sueldo. En cualquiera de los dos casos queda un regusto amargo, y más cuando ves que, hagas lo que hagas, alguien se atreverá a cuestionar tu posición. Insisto, yo nunca hago huelga, pero respeto el derecho de la gente a hacerla. Me pasa como con los tuits de mal gusto sobre temas delicados como la religión, el terrorismo, el maltrato… Yo nunca bromearía con ello, pero defenderé siempre la libertad de expresión y el derecho a cagarla de aquellos que dicen hacer humor con esas perchas.

Las convocantes de la huelga feminista del 8 de marzo proponen en su argumentario que este sea un paro de cuidados, de consumo, laboral y educativo, para visibilizar el trabajo de las mujeres, para que se nos eche de menos, para demostrar que somos la mitad de la ciudadanía y que si nosotras paramos, se para el mundo. Valoro enormemente que nuestra Constitución contemple el derecho a la huelga y defiendo que puedan ejercerlo quienes consideren que es la mejor manera de reclamar sus derechos y conseguir sus pretensiones, pero a mí no me convence como herramienta reivindicativa. Siempre he preferido manifestarme, negociar, hacer visible lo invisible, meter ruido, emplear la palabra, estar, pero no desaparecer.

El 8 de marzo no voy a dejar de seguir mi rutina diaria, aunque entiendo que ese día se pueda ver alterada porque las demás mujeres de mi entorno no compartan mi punto de vista. Por ejemplo, no tendré clase de inglés porque mi profesora sí va a parar. Y lo comprendo. Como comprenderé también que si voy al supermercado solo me encuentre hombres en la línea de cajas. No me sorprenderá que en el instituto de mis hijos no haya suficientes profesores de guardia para cubrir las clases de sus compañeras ausentes y que en los pupitres solo huela a testosterona. Incluso experimentaré una leve regresión al poner el telediario y ver en pantalla únicamente bustos parlantes masculinos.

Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar aquí. Hace nada ni siquiera teníamos derecho al voto. Casi como quien dice antes de ayer, la mujer casada tenía que pedir permiso a su marido para cualquier gestión, desde abrir una cuenta en un banco hasta firmar un contrato, y la soltera dependía de lo que decidiera su padre, hasta el punto de no poder abandonar el domicilio familiar si no era con su consentimiento. Tradicionalmente la mujer trabajaba en la casa, sirviendo a su familia, o ayudaba en el campo sin ser remunerada. A principios del siglo XX fueron incorporándose poco a poco en la industria como mano de obra barata, aunque la presencia femenina se asentó sobre todo en otros sectores como la educación, el comercio o el servicio doméstico. Os sugiero que leáis este proyecto sobre la mujer en el siglo pasado para que las que no tenéis edad o memoria seáis conscientes de cómo han cambiado las cosas.

Por eso, por lo que nos ha costado llegar, por lo que han peleado muchas para que ahora haya mujeres en empleos tradicionalmente considerados de hombres, porque nos hemos ganado a pulso el puesto y el derecho a trabajar…, por todo ello considero que lo más coherente es no desaparecer de nuestro puesto de trabajo ese día, sino convertirlo en el mejor lugar desde donde visibilizarnos y reivindicar todo lo que aún falta por hacer.

Todo esto se lo expliqué a mi hija de 14 años cuando me anunció que pretendía hacer huelga el 8 de marzo y no asistir a clase. Al principio no aceptó demasiado bien mi negativa a permitirle las pellas. Ella, que es la más feminista de 3ºA, iba a ser el hazmerreir de los gallitos de su clase si terminaba siendo la única chica que no secundaba el paro. Después de analizar la situación con su padre, decidimos darle libertad para escoger qué hacer. Incluso tenía previsto advertirle que si elegía parar, no iba a ser para quedarse tirada en casa viendo vídeos de Youtube; debía comprometerse a acompañarme a alguna de las manifestaciones convocadas para ese día, por ejemplo a la lectura del manifiesto de las mujeres periodistas, a las 12.30 en la Plaza de Callao de Madrid. Finalmente, no sé si porque soy más convincente de lo que creía, mi hija me ha dicho que sí va a ir al instituto a dar caña a los machistas de su clase. Estoy segura de que a esos pipiolos no se les va a olvidar lo que se conmemora el día 8 de marzo.

Un par de datos más antes de terminar. El ámbito de las Direcciones de Comunicación es un ejemplo laboral de equilibrio entre profesionales hombres y mujeres. En cambio, las cúpulas de los medios de comunicación siguen estando ocupadas solo por ellos, en cuyas manos masculinas están las decisiones editoriales. Son ellos los que deciden de qué se habla y de qué no, qué es noticia y qué es ruido, qué se cubre y qué se silencia. Os invito a echarle un vistazo a esta reveladora infografía de La Marea sobre quienes mandan en la prensa española.

Espero que mis colegas periodistas, aquellas afortunadas que cuentan con un empleo en un medio, aprovechen para insistir en ello, para contarlo, gritarlo si es necesario, denunciarlo, que le sangren los oídos a quien le tengan que sangrar y que le escueza a quien le tenga que escocer. Si yo tuviera un empleo, ese día me hartaría de dar por saco. Os aseguro que eso deja más poso y huella que una ausencia prevista con su cobertura planificada.

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